Mago Astral Marcial – Capítulo 5 – El Progreso con la Magia


Después de que Aster creara fuego con sus manos por primera vez, la noche ya había avanzado. Lilith, impresionada y emocionada, se apresuró a ofrecerles un lugar donde quedarse. “Es muy tarde y han tenido un día largo,” dijo con sinceridad. “Por favor, quédense en mi casa esta noche. Tengo una habitación libre que pueden usar.”

La habitación que les mostró estaba limpia y ordenada, con una cama grande y una ventana que dejaba entrar la luz de la luna. “Esta habitación era de mi esposo,” explicó Lilith, su voz baja. “Él falleció hace un tiempo por una enfermedad del corazón.”

Aster y Stella, agradecidos por la hospitalidad, aceptaron la oferta. A pesar del cansancio, Aster se encontraba inquieto, la imagen del fuego brotando de su mano se repetía en su mente una y otra vez.

Stella, por su parte, se sentó en el borde de la cama, sus ojos fijos en la ventana donde la luna se asomaba tímidamente entre las nubes. “¿Crees que esto significa que estamos más cerca?” preguntó, rompiendo el silencio que se había instalado entre ellos.

Aster se unió a ella, mirando hacia el cielo nocturno. “No lo sé,” respondió honestamente. “Pero siento que estamos en el camino correcto.”

Luego de eso, se acostaron y el sueño los venció.

En las profundidades de la noche, mientras la casa de Lilith yacía en silencio, Aster se revolvía inquieto en la cama. Las imágenes comenzaron a asaltarlo, rápidas y fugaces como destellos de luz en la oscuridad. Se vio a sí mismo en el vacío del espacio exterior, enfrentando a un ser extremadamente poderoso e implacable. La impotencia lo inundaba mientras sus hechizos se disolvían en la nada ante la magnitud de su adversario.

A su lado, una figura caía con él, una mujer cuya cara permanecía borrosa e inalcanzable. Aster extendió su mano hacia ella, desesperado por establecer una conexión, por salvar algo en medio de la derrota. Pero justo cuando sus dedos estaban a punto de rozarla, un sobresalto lo sacó de la pesadilla.

Aster se sentó de golpe en la cama, su respiración entrecortada y rápida, las sábanas aún cubriendo sus piernas. El miedo se reflejaba en su rostro, un espejo de la angustia de su sueño.

Stella, despertada por el movimiento brusco, se sentó junto a él, su expresión mezcla de susto y preocupación. Con un brazo alrededor de sus hombros, le preguntó con voz suave, “¿Qué pasó, Aster?”

Él miró hacia el vacío, aún atrapado entre el sueño y la realidad. “Fue un sueño… tan real,” murmuró, su voz apenas audible. “Todo sucedió tan rápido. Había una chica cayendo junto a mí, pero no podía ver su rostro… ¿Quién era? ¿Por qué estaba allí?”

Stella lo abrazó más fuerte, intentando ofrecerle consuelo. “Está bien, estás aquí y estás a salvo,” le aseguró. “Cuando sea de día me lo contarás.”

Aster asintió lentamente, tomando aliento para calmar su corazón acelerado. La noche aún los envolvía, pero ya no estaban solos en la oscuridad.

La luz del amanecer se colaba por las ventanas, anunciando un nuevo día en Arcalis. Aster y Stella se despertaron lentamente, estirándose y bostezando, mientras los aromas del desayuno preparado por Lilith se elevaban por la casa, prometiendo un comienzo reconfortante para la mañana.

Al sentarse a la mesa, los olores de pan recién horneado y frutas frescas llenaron sus sentidos, y sus estómagos respondieron con un rugido de hambre. Lilith les sonrió, sirviendo generosas porciones en sus platos. “Espero que tengan hambre,” dijo con calidez.

Aster intentó devolver la sonrisa, pero su expresión era forzada, y sus ojos se perdían en el vacío mientras masticaba su comida. Lilith, observadora, notó la disonancia en su comportamiento. “Aster, ¿estás bien?” preguntó con preocupación.

Él asintió, evitando su mirada. “Solo es dolor en las piernas,” mintió. “El viaje hasta aquí fue más largo de lo que esperábamos.” Stella, captando la señal, corroboró su historia con un rápido asentimiento.

Lilith pareció aceptar la explicación, aunque con una mirada que decía que sabía que había algo más. Cambió de tema para aliviar la tensión. “¿Qué planes tienen para hoy?”

Aster, agradecido por el cambio de conversación, se animó un poco. “Quisiera saber hasta dónde puedo llegar con la magia,” confesó. “¿Hay algún lugar aquí donde pueda practicar sin llamar la atención?”

Lilith contempló a Aster y Stella con una mirada pensativa antes de responder. “Existe un lugar, en la cima de la colina de Meridian. Está lo suficientemente alejado de la ciudad como para garantizar la privacidad que buscas.”

Aster sintió una oleada de anticipación. “Eso suena perfecto,” respondió con entusiasmo.

“Yo solía ir a ese lugar, lo utilizaba para estudiar y reflexionar,” continuó Lilith, “Si deseas practicar magia, ese lugar te brindará la tranquilidad y el espacio suficiente que necesitas para practicar.”

Con un nuevo destino en mente, Aster y Stella terminaron su desayuno rápidamente. Se despidieron de Lilith, quien les dio indicaciones precisas para llegar a la colina de Meridian, y partieron hacia ese lugar.

Apenas habían dejado atrás las últimas casas de Arcalis cuando Aster rompió el silencio que los acompañaba. “Respecto a la pesadilla de anoche,” comenzó, su voz baja pero firme. “Vi fragmentos cortos de mí, en una batalla contra alguien, se veía extremadamente imponente… Me costaba respirar y había una mujer cayendo a mi lado, pero su rostro… era borroso.”

Stella se detuvo, su mirada perdida en el horizonte. “¿Una mujer?” repitió, «Aquella noche, cuando vimos las estrellas… ¿Recuerdas?»

«Sí, lo recuerdo.»

«En ese momento habían pasado por mi mente escenas cortas, muy confusas, alguien me gritaba que huyera, pero yo no sabía a qué se refería exactamente», añadió Stella, recordando esos momentos de intenso dolor.

«Cada vez estamos descubriendo más sobre nosotros, eso significa que lo estamos haciendo bien», dijo Aster con una sonrisa.

Siguieron su camino hacia la colina de Meridian, donde llegaron un par de horas después.

La cima de la colina de Meridian era un lugar solitario, con una vista que abarcaba kilómetros a la redonda. El cielo abierto y la tierra se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Aster y Stella se encontraban solos, con el mundo a sus pies y el viento como único testigo de su presencia.

Aster se volvió hacia Stella, recordando las palabras del libro de Lilith. “Hay cuatro elementos: fuego, tierra, agua y viento,” dijo. “Y de esos elementos, hay infinitas variantes.

¿Por cuál crees que debería empezar?”

Stella reflexionó por un momento antes de responder. “Intenta hacer el fuego que hiciste ayer en tu mano, pero un poco más grande,” sugirió.

Aster asintió y levantó su mano hacia el horizonte. Cerró los ojos y se concentró, imaginando la llama manifestándose frente a él. Al abrir los ojos, una pequeña llama parpadeaba en el aire, como si hubiera nacido de la nada. Con un pensamiento, la alimentó, y la llama creció, convirtiéndose en un fuego más grande y brillante.

“Esto no tiene que acabar aquí,” murmuró Aster, su voz llena de determinación. “Voy a hacerla más grande.” La llama respondió a su voluntad, expandiéndose hasta convertirse en un impresionante fuego que iluminaba sus rostros con un resplandor anaranjado.

Stella observaba en silencio, su expresión una mezcla de asombro y admiración. Sin una palabra, compartía el momento de triunfo con Aster.

Con un último pensamiento, Aster decidió que era hora de extinguir la llama. Imaginó que se apagaba, y así como había aparecido, el fuego se disipó. «Voy a probar otro elemento», pensó. «El viento, voy a intentarlo».

El sonido del viento que comenzaba a agitarse con la concentración de Aster. Stella observaba, su atención fija en los movimientos de su compañero

Aster cerró los ojos, extendiendo sus manos hacia el cielo. El aire alrededor comenzó a vibrar, respondiendo a su llamado. Una brisa suave se transformó gradualmente en un viento más fuerte, haciendo que las ropas de Stella ondearan como banderas en un campo de batalla.

“¡Increíble!” exclamó Stella, mientras el viento crecía en intensidad, levantando pequeñas nubes de polvo y hojas secas en un torbellino improvisado.

Aster abrió los ojos, y con un gesto decidido, el viento se calmó tan repentinamente como había comenzado. “El control es la clave,” dijo, más para sí mismo que para Stella. “No solo se trata de invocar el elemento, sino de dominarlo.”

Tras su éxito con el viento, Aster se centró en el siguiente elemento: el agua. Levantó las manos, y con la imagen de un arroyo serpenteante en su mente, comenzó a concentrarse. El aire se llenó de una frescura húmeda, y poco a poco, gotas de agua comenzaron a formarse, suspendidas en el aire como perlas brillantes. Con un movimiento suave de sus manos, las gotas se unieron, creando un pequeño torrente que flotaba ante ellos. Stella observó, maravillada, cómo Aster manipulaba el agua con una gracia que parecía tan natural como respirar.

Satisfecho, Aster bajó las manos y el agua se dispersó, cayendo al suelo y nutriendo la tierra seca. Ahora era el turno de la tierra. Aster se agachó, tocando el suelo con ambas manos. Se concentró en la solidez y la fuerza del elemento, en las raíces que se entrelazaban bajo la superficie. La tierra tembló ligeramente bajo sus dedos, y ante los ojos asombrados de Stella, pequeñas piedras comenzaron a levitar, girando alrededor de Aster en un baile silencioso.

Stella asintió, impresionada por la demostración. “Tienes un don natural,” comentó.

Con la determinación reflejada en su mirada, Aster se concentró en la tarea de conjurar los cuatro elementos simultáneamente. El fuego y el agua respondieron a su llamado, manifestándose con una facilidad que hablaba de su creciente habilidad. Sin embargo, el viento

y la tierra se mostraban esquivos, como si requirieran una comprensión más profunda de esos elementos.

Stella observaba cada intento, ofreciendo palabras de aliento. “Estás cerca,” le decía. “Solo necesitas encontrar el equilibrio.”

Pero a pesar de sus esfuerzos, la conjuración completa de los cuatro elementos se deslizaba fuera de su alcance como arena entre los dedos. Aster ya estaba cansado, utilizó bastante maná la mayor parte del día intentando invocar los 4 elementos a la vez.

La noche se acercaba, y con ella, la promesa de un merecido descanso. “Es hora de volver,” dijo Stella, poniendo una mano en el hombro de Aster. “Lilith nos espera, y mañana es otro día.”

Con la determinación ardiente en sus ojos y el último aliento de maná pulsando en sus venas, Aster se puso de pie. La luz del crepúsculo bañaba el mundo en tonos de oro y sangre, un escenario digno de lo que estaban apunto de presenciar. Era el momento de la verdad, el último intento antes de que la noche reclamara el cielo.

“Una vez más,” murmuró, y Stella asintió, su rostro iluminado por la fe inquebrantable en su amigo.

Aster extendió sus manos, y con un grito de concentración, invocó el fuego. Una llama nació, danzando en el aire como un ser vivo. Sin perder un instante, llamó al agua, y gotas cristalinas se formaron, orbitando alrededor del fuego en una danza de opuestos. El viento se unió al coro, una ráfaga que revoloteaba alrededor de los otros elementos, y finalmente, con un rugido que parecía venir de las profundidades de la tierra misma, las piedras se levantaron, suspendidas en un equilibrio perfecto con sus hermanos.

Los cuatro elementos giraban en el aire, un microcosmos de poder primordial que desafiaba la realidad. Stella observó, su corazón latiendo al ritmo de la magia que se desplegaba ante ella. “¡Aster!” gritó, su voz mezclada con admiración y júbilo.

Con un esfuerzo supremo, Aster gritó al cielo, «¡Esto no es suficiente!», fusionó los elementos en una esfera de energía pura, un espectáculo de luz y color que iluminaba la noche que se cerraba sobre ellos. Y entonces, con una palabra susurrada, disipó la magia.

La esfera se desvaneció, y Aster cayó de rodillas, su respiración entrecortada por la emoción y el esfuerzo. “¡Sí, sí, sí! ¡Increíble!” exclamó, su voz resonando en el silencio que siguió a la tormenta de maná.

Stella corrió hacia él, ayudándolo a levantarse. “Lo hiciste, Aster. Lo hiciste por nosotros,” dijo, su sonrisa tan brillante como la magia que acababan de presenciar.

Juntos, comenzaron el descenso hacia Arcalis, sus espíritus elevados por la victoria y sus estómagos recordándoles las necesidades más terrenales.

Al llegar a la casa de Lilith, los aromas de una comida casera los recibieron, un bálsamo para el espíritu y el cuerpo. Mientras compartían la cena, hablaron de los eventos del día, del progreso de Aster, y de las esperanzas para lo que vendría. Con el estómago lleno y el corazón ligero, Aster y Stella se retiraron a descansar, sabiendo que el día siguiente iba a ser mejor.

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