Así pasó un mes que Aster y Stella pasaron en la casa de Thoran, sus días se llenaron de una rutina tranquila pero intensa. Cada mañana, Aster se sentaba en silencio, concentrándose en la energía que fluía dentro de él, intentando comprender y controlar el maná que había despertado con el anillo, aunque esa sensación era muy familiar para él. Stella, siempre cerca, observaba con una mezcla de fascinación y preocupación, lista para intervenir si algo salía mal.
Thoran ofrecía compañía y conversación, contándole a Stella sobre su vida tranquila, sus hijos que habían partido al extranjero para estudiar, y los pequeños placeres de su existencia cotidiana. No mencionaba la magia ya que nunca tuvo experiencia con eso, la noche en que Cecia había aparecido en su puerta, un evento que claramente lo había marcado profundamente.
A medida que pasaban los días, Aster comenzó a sentirse más en sintonía con el maná. Aunque no podía crear hechizos o manipular la energía de formas espectaculares, sí notaba cómo su percepción del mundo que lo rodeaba se agudizaba. Sentía el maná en el aire, en la tierra, y en el agua, una conexión sutil con el mundo que le era muy familiar, como si antes ya lo hubiera experimentado.
Stella, por su parte, encontró consuelo en los libros de la estantería de Thoran, leyendo sobre las teorías sobre la magia, buscando entender mejor el mundo en el que se encontraban.
Juntos, discutían lo que ella aprendía, tejiendo teorías sobre cómo su pasado podría entrelazarse con la magia y el maná. Thoran percibía una tenue sensación de energía viniendo de Stella, pero era una energía diferente.
Al final del mes, Aster había logrado comprender la energía que fluía dentro de él, ahora, sin necesidad de usar el anillo.
Thoran se percató de esto y se sentó con ellos, su expresión era seria pero amable. “Han aprendido todo lo que pueden aquí”, les dijo. “Ahora deben seguir adelante. Arcalis es una ciudad misteriosa, hay rumores extraños sobre la gente que reside ahí y al parecer tienen una gran obsesión por la religión. Tengo una vieja amiga allí; se llama Lilith. A ella siempre le ha encantado las teorías sobre la magia y los dioses y se dedicó durante muchos años a la investigación del maná. Tiene una tienda un poco llamativa, ella vende objetos para los fanáticos a la fantasía, los hace ella misma, y lo más probable es que se quede atónita al saber que Aster puede manipular esa energía; díganle que van de mi parte. Si cruzan las montañas y la encuentran, tal vez allí descubran más sobre quiénes son.”
Aster y Stella asintieron, comprendiendo que su tiempo en la casa de Thoran había llegado a su fin. Se sentían agradecidos por su hospitalidad y por el refugio que les había proporcionado, sabían que su viaje debía continuar.
El anciano los bendijo con una sonrisa y unas palabras de aliento: “Confíen en su fuerza y en la conexión que comparten. Arcalis les espera.”
Con la esperanza de encontrar respuestas, Aster y Stella partieron hacia las montañas, dejando atrás la casa de Thoran, siguiendo un sendero que serpenteaba entre los campos y bosques. A medida que avanzaban, el paisaje se volvía más salvaje, y la ciudad donde estaban parecía desvanecerse con cada paso que daban hacia las montañas.
Continuaron su camino, y a medida que lo hacían, notaron que no estaban solos. Criaturas de maná, invisibles para aquellos sin la afinidad necesaria, los seguían con curiosidad. Eran seres hechos de pura energía, algunos amistosos y otros cautelosos, pero todos fascinados por la presencia de Aster y su capacidad para sentirlos.
Aster las miraba fascinado. «Stella, ¿puedes ver estas criaturas?»
Ella trató de concentrarse mientras miraba a su alrededor, pero no podía verlas. «No puedo verlas, pero sí sentirlas.»
Se adentraron más en el bosque, guiados por la nueva visión de Aster. A cada paso, el maná les mostraba un mundo que siempre había estado allí, pero que hasta ahora, habían sido incapaces de percibir.
Caminaron casi todo el día hacia la ciudad, en el camino, Aster no paraba de estar sorprendido por las criaturas de maná con las que se encontraban, ninguna era peligrosa.
Las últimas luces del día se desvanecían cuando Aster y Stella llegaron y cruzaron las puertas de Arcalis. La ciudad estaba viva con el ajetreo de la gente que terminaba sus quehaceres diarios y los comerciantes que cerraban sus puestos. Las farolas comenzaban a encenderse, proyectando un cálido resplandor sobre las calles empedradas.
Caminaron por la calle principal, pasando por tiendas de ropa, panaderías despidiendo el aroma de pan recién horneado y tabernas llenas de risas y conversaciones. Buscaban una tienda que, según Thoran, no pasaría desapercibida.
Después de preguntar a varios transeúntes, finalmente encontraron lo que buscaban. La tienda de Lilith era imposible de ignorar; su fachada estaba adornada con símbolos místicos y brillantes cristales que capturaban la luz de las farolas. Un letrero de madera colgaba sobre la puerta, tallado con el nombre ‘El Emporio Místico’.
Aster tomó una respiración profunda y empujó la puerta, que chirrió suavemente al abrirse. El interior estaba iluminado por velas, llenando el espacio con un suave resplandor dorado.
Estantes y mesas estaban repletos de réplicas de varitas, esferas de cristal decorativas, mapas de mundos fantásticos y figuras de criaturas míticas. Era un paraíso para los entusiastas de la fantasía, pero no había nada que indicara que los objetos poseían propiedades mágicas reales.
Detrás del mostrador, una mujer los observaba con curiosidad. Mantenía un brillo en sus ojos. Su cabello, de un tono castaño claro, caía en ondas suaves sobre sus hombros.
«Disculpe, ¿es usted Lilith?» preguntó Stella con cautela.
«Sí, esa soy yo. ¿En qué puedo ayudarlos?» respondió la mujer con una sonrisa amable.
«Venimos de parte de Thoran,» dijo Aster, «él nos dijo que podrías saber algo sobre el maná y nuestra búsqueda.»
La sonrisa de Lilith se ensanchó, y un destello de interés cruzó su mirada. «Ah, Thoran siempre fue un hombre de misterios. Pasen, cuéntenme más.»
Ambos se adentraron en la tienda y Aster no perdió tiempo. «Estamos buscando pistas sobre nosotros mismos,» comenzó, su mirada fija en Lilith. «Despertamos en un hospital sin recuerdos de nuestro pasado.»
Stella asintió en silencio, sus ojos reflejando la misma urgencia.
Lilith los escuchaba, su expresión era una mezcla de curiosidad y escepticismo. «Eso suena bastante inusual,» dijo con cautela.
Aster continuó, sacando un anillo elegante de su bolsillo. «Thoran nos dio esto, un anillo de ‘maná’. Me ayudó a despertar esa energía dentro de mí.»
Al oír esto, Lilith soltó una risa incrédula. «¿Maná, dices? ¿Estás seguro de que no estás confundiendo la realidad con la fantasía?»
«No, es verdad,» insistió Aster, su voz firme. «El maná está aquí, dentro de mí. Puedo sentirlo, puedo controlarlo, pero… no sé cómo hacer magia.»
Lilith frunció el ceño, evaluando la seriedad en los ojos de Aster. «Si eso es cierto, estarías hablando de un poder que se creía perdido o incluso inexistente.»
Aster extendió su mano hacia Lilith, mostrándole el anillo. La piedra, que alguna vez había sido de un azul brillante, ahora era de un gris opaco. «Este anillo contenía maná,» explicó, «pero desde que desperté el mío, la piedra perdió su color. Absorbió el maná del anillo.»
Lilith se inclinó hacia adelante, su escepticismo dando paso a la fascinación. Observó la piedra gris, luego levantó la mirada hacia Aster. «Eso no es algo que ocurra todos los días,» murmuró, «ni siquiera en las historias más salvajes que he escuchado.»
«¿Entonces me crees?» preguntó Aster, una mezcla de esperanza y ansiedad en su voz.
«Hay muchas cosas en este mundo que no comprendemos,» respondió Lilith, «y si Thoran te envió, debe haber una razón».
Lilith miró por la ventana y notó cómo la oscuridad había envuelto la ciudad. «Ya es hora de cerrar,» dijo con una sonrisa apresurada. «Por favor, acompáñenme a mi casa, allí podremos hablar más cómodamente.»
Una vez en la casa de Lilith, un acogedor apartamento adornado con plantas y tapices coloridos, Aster y Stella se acomodaron en el sofá. Lilith desapareció por un momento y regresó con dos gruesos volúmenes bajo el brazo.
«Estos libros contienen algunas de las leyendas más antiguas sobre la magia y el maná,» explicó mientras se sentaba frente a ellos y comenzaba a pasar las páginas. «Si hay respuestas, las encontraremos aquí.»
Lilith empezó a leer en voz alta, su tono era claro y cada palabra resonaba con importancia:
Lilith pasó las páginas con dedos ágiles, deteniéndose en una sección que parecía haber sido leída innumerables veces. «Aquí,» dijo, y comenzó a leer en voz alta, su tono era serio y lleno de gravedad.
«En una era antigua, el maná y la magia fluían como ríos caudalosos, y los magos eran tan numerosos como las estrellas en el cielo nocturno. Pero no estaban solos en su poder; existían también aquellos bendecidos por los dioses, portadores del poder divino. Magos y Elegidos Divinos caminaban por senderos separados, sus corazones llenos de desconfianza y rivalidad.
La tensión entre ambos bandos creció hasta que estalló en una guerra que envolvió al mundo entero. Magos y Elegidos lucharon con una ferocidad que hizo temblar los cimientos del mundo. En medio de esta conflagración, surgió un mago de poder insondable, capaz de borrar ciudades de la existencia con un mero gesto, lo llamaban ‘El Gran Mago’. Frente a él, se alzó el Principal Elegido le los Dioses, cuyo poder divino era tan inmenso que la tierra temblaba bajo sus pies.
El enfrentamiento entre ambos fue cataclísmico. El mago, en un acto desesperado, absorbió casi todo el maná del mundo para lanzar su golpe final, mientras que el elegido acumuló el poder divino de las oraciones de todos los fieles para contrarrestar. El choque de sus fuerzas desató terremotos devastadores y una ola de destrucción que arrasó con incontables vidas.
Con heridas mortales, El Gran Mago contempló las consecuencias de su poder desatado. El Elegido yacía sin vida, su luz divina extinguida. Ante la posibilidad de futuros conflictos, el mago reunió las últimas reservas de maná y erigió una barrera mágica invisible alrededor del mundo, cortando el vínculo entre los mortales y los dioses, antes de sucumbir a sus heridas.
Lilith suspiró. «Aunque es sólo una teoría,» dijo con una sonrisa irónica, «y bien podría ser que estos relatos fueran obra de una mente trastornada por la fantasía.» Asintió lentamente y continuó leyendo. «Después de esa batalla, los magos comenzaron a desvanecerse, uno tras otro, hasta que la magia se convirtió en leyenda. El maná, la fuente de todo poder mágico, se había agotado casi por completo.»
Aster la interrumpió, su voz llena de una certeza inesperada. «Pero yo he visto maná, mucho maná, en mi camino hacia Arcalis.»
Los ojos de Lilith se abrieron de par en par, sorprendida por la afirmación de Aster. «¿De verdad? Eso cambiaría todo…»
Hojeaba el libro con una expresión pensativa. «Según esto,» continuó, «el principio básico de la magia era sentir y comprender el flujo del maná, algo que, por lo que dices, ya has logrado, Aster.» Ella levantó la vista hacia él, evaluando su reacción.
«Después, uno debía sentir la afinidad con un elemento: fuego, agua, viento o tierra; y en cada elemento hay infinidad de variantes. Una vez establecida esa conexión, se centraba el maná en un punto y se recitaban hechizos.» Lilith frunció el ceño. «Aunque aquí no se menciona ningún hechizo específico.»
Aster asintió, su mente ya trabajando en las posibilidades. «Entonces, ¿qué tal si lo intento ahora?»
Sin esperar respuesta, cerró los ojos y se concentró. Recordó el flujo del maná que había sentido en su camino hacia Arcalis, cómo se movía dentro de él como una corriente viva. Luego, con la mano ligeramente elevada, se enfocó en cada elemento e imaginó el fuego en su mano.
Abrió los ojos y, para su asombro, una pequeña llama bailaba en la palma de su mano. No era una ilusión ni un truco; era fuego real, alimentado por su voluntad.
Lilith emitió un grito ahogado, sorprendida, y rápidamente se cubrió la boca con la mano. Stella miraba fijamente, con grandes ojos, y Aster, igualmente sorprendido, no podía apartar la vista de la llama que había conjurado.
Con un pensamiento tranquilo, imaginó el fuego extinguiéndose, y así fue. La llama se desvaneció como si nunca hubiera estado allí. Lilith y Stella lo miraban, atónitas, mientras el silencio llenaba la habitación.
Lilith miró a Aster, sus ojos brillaban con una mezcla de asombro y emoción. «¡Esto es increíble!» exclamó. «¡Nunca había visto magia de verdad! ¡Eres el primero!»
Stella se acercó a Aster, su rostro reflejaba una alegría contagiosa. «Aster, esto es asombroso. Estamos cada vez más cerca de descubrir quiénes somos,» dijo, su voz temblaba ligeramente por la emoción.
Lilith se volvió hacia Stella, la curiosidad pintada en su rostro. «¿Y tú, Stella? ¿Crees que podrías hacer algo similar?»
Stella sacudió la cabeza, una sonrisa resignada en sus labios. «No, no creo que pueda. Siento el maná, sí, pero no de la manera que Aster lo hace. No lo veo, no así.»
Aster miró a ambas, sintiendo una gran alegría, ya que él y Stella estaban progresando. La magia era real, y él era su portador. Ahora, más que nunca, necesitaba encontrar las respuestas que buscaban.
Mago Astral Marcial – Capítulo 5 – El Progreso con
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Mago Astral Marcial – Capítulo 3 – El Misterioso Anciano
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