Mago Astral Marcial – Capítulo 3 – El Misterioso Anciano y la Magia


Los primeros rayos del sol se filtraban por la ventana, bañando la habitación con una luz dorada y cálida. Aster se despertó con la sensación de que ese día sería diferente. Se levantó con cuidado, intentando no hacer ruido para no despertar a Stella, quien aún dormía profundamente.

Se acercó a la ventana y observó cómo la ciudad cobraba vida. Los vendedores comenzaban a abrir sus puestos y los primeros transeúntes caminaban con prisa por las calles. Volvió su mirada hacia Stella y se preguntó qué secretos esconderían sus pasados.

Stella empezó a moverse en su cama, signo de que pronto despertaría. Aster se sentó en el borde de su cama y esperó. Cuando ella abrió los ojos, lo primero que vio fue la expresión preocupada de Aster.

«¿Cómo te sientes?», preguntó Aster con suavidad. «¿Te sigue doliendo la cabeza?»

Stella se llevó una mano a la sien y cerró los ojos por un momento, como si tratara de sintonizar con su propio cuerpo. «No, ya no», respondió finalmente con una sonrisa débil. «Parece que el dolor desapareció.»

Aster asintió, aliviado. Sabía que tenían un largo día por delante. «Tenemos que averiguar quiénes somos y por qué estamos aquí», dijo con determinación. «Y creo que esta ciudad podría darnos alguna respuesta.»

Stella se levantó, decidida. «Entonces, comencemos nuestra búsqueda.»

Juntos, buscaron a la enfermera que les ayudaron para agradecerle por ello. «Muchas gracias por ayudarnos».

«No hay de qué, veo que están listos para irse», dijo la enfermera con una cálida sonrisa.

«Sí, necesitamos encontrar pistas sobre quiénes éramos», dijo Aster. Se despidieron de ella y salieron del hospital. La frescura de la mañana los recibió con una brisa suave.

La ciudad se extendía ante ellos. Aster y Stella caminaban sin rumbo por las calles esperando a encontrar pistas.

Mientras caminaban, sus pasos se alinearon con los de un anciano que avanzaba con una lentitud que desafiaba el ritmo acelerado de la ciudad. Su barba blanca y larga se movía suavemente con cada paso, y sus cejas anchas se arqueaban sobre unos ojos que parecían haber visto más allá de lo que el mundo ordinario podía ofrecer.

El anciano, al pasar junto a ellos, se detuvo abruptamente. Algo en la presencia de Aster y Stella había captado su atención, una chispa invisible para los demás pero claramente perceptible para él. Se giró hacia ellos con una sonrisa que desbordaba amabilidad y una curiosidad genuina.

“Disculpen mi intromisión”, dijo con una voz que llevaba el tono suave de la experiencia. “Pero no puedo evitar notar que parecen estar buscando algo. ¿Puedo ser de alguna ayuda?”

Aster y Stella, tomados por sorpresa por la oferta inesperada, intercambiaron una mirada rápida. Algo en la forma en que el anciano los había abordado les hizo sentir una conexión instantánea, como si él pudiera entender su confusión sin necesidad de palabras.

“Somos… nuevos aquí”, admitió Aster, eligiendo sus palabras con cuidado. “Y sí, estamos buscando respuestas sobre nuestro pasado.”

“Entonces, quizás deberíamos hablar en un lugar más cómodo”, sugirió el anciano. “Mi nombre es Thoran, y mi casa no está lejos de aquí. Les invito a acompañarme.”

Con una mezcla de cautela y curiosidad, Aster y Stella aceptaron la invitación y siguieron a Thoran por las calles hasta llegar a una casa que parecía tan antigua como el tiempo mismo. La puerta de madera tallada se abrió con un chirrido familiar, y Thoran los guió al interior.

El interior de la casa de Thoran era un santuario de conocimiento y misterio. Las paredes estaban adornadas con tapices que mostraban escenas de mitología y leyendas antiguas, y las estanterías rebosaban de libros con lomos desgastados por el tiempo. El aire estaba impregnado de un aroma a incienso y papel viejo.

Aster y Stella se acomodaron en el sofá que Thoran les había indicado. Era un mueble antiguo, de terciopelo descolorido por el uso, pero aún así exudaba una sensación de confort. Los cojines hundidos acogieron sus cuerpos cansados, y por un momento, se permitieron relajarse en la tranquilidad de aquel lugar.

Thoran regresó de la cocina con una bandeja en la que reposaban tres tazas humeantes de té. Colocó la bandeja sobre una mesa baja frente al sofá y sirvió el té con manos que temblaban ligeramente, no por la edad, sino por la emoción de compartir su mundo con ellos.

“Ahora que estamos más cómodos, permítanme mostrarles algo”, dijo Thoran, mientras se dirigía hacia una de las estanterías. Sus dedos recorrieron los lomos de los libros hasta detenerse en uno en particular. Lo extrajo con cuidado y regresó a la mesa, colocando el libro frente a Aster y Stella.

La portada del libro era de cuero, desgastada por el uso, con el título “¿La magia existe?” grabado en letras doradas que aún conservaban un atisbo de su brillo original. Era evidente que el libro había sido manejado con frecuencia, sus páginas marcadas por el paso del tiempo.

“Este es un libro que escribí hace un par de años”, explicó Thoran con un tono de orgullo. “En él, exploro la existencia de la magia y su influencia en nuestro mundo. Pero, díganme, ¿saben ustedes qué es la magia?”

Aster y Stella se miraron, sus expresiones eran un reflejo de la confusión que sentían. La palabra ‘magia’ resonaba en sus mentes, pero no encontraban un significado concreto que pudieran asociar con ella.

“No, no sabemos qué es la magia”, respondió Stella, su voz teñida de incertidumbre. “Nunca hemos oído hablar de ella, al menos no que recordemos.”

Thoran asintió, como si esperara esa respuesta. “Entonces, están a punto de embarcarse en un viaje de descubrimiento que podría cambiar sus vidas para siempre”, dijo con una sonrisa enigmática. “La magia es real, y está más cerca de lo que creen.”

Thoran se acomodó en su silla, con el libro aún en sus manos, y miró a Aster y Stella con una seriedad que contrastaba con su amable invitación inicial. «Hace cinco años», comenzó, «una noche tranquila se vio interrumpida por un estruendo que sacudió el silencio de mi hogar. Era tarde, y la mayoría de las luces de la ciudad ya se habían apagado. Me levanté, preocupado por el origen de tal ruido, y me asomé por la ventana. No vi nada inusual, pero el presentimiento de que algo no estaba bien me impulsó a salir.»

Se levantó y caminó hacia la puerta, abriéndola con cautela. La calle estaba vacía, bañada por la luz de la luna, y por un momento pensó que había sido su imaginación. Pero entonces, sus ojos captaron una figura tendida en el suelo, a pocos metros de su puerta. Era una joven, su ropa estaba desgarrada y manchada de lo que parecía ser sangre.

«Me acerqué rápidamente y me di cuenta de que estaba viva, pero apenas consciente. Tenía heridas que parecían haber sido causadas por una pelea feroz. Intenté hablarle, pero solo murmuró unas palabras incoherentes antes de perder el conocimiento. Con esfuerzo, la llevé dentro de mi casa y la acomodé en el sofá, donde ahora ustedes están sentados.»

Thoran hizo una pausa, como si las imágenes de esa noche aún estuvieran frescas en su memoria. «La joven despertó al día siguiente, asustada y confundida. Le expliqué dónde estaba y cómo la había encontrado. Se llamaba Cecia, y aunque al principio desconfiaba de mí, con el tiempo comenzó a abrirse y a confiar en mi ayuda.»

«Durante los días que siguieron, cuidé de sus heridas y le proporcioné alimento y refugio. A medida que recuperaba sus fuerzas, noté algo peculiar en ella. Había una energía en su presencia que no podía explicar. Un día, me dijo que había recuperado algo de ‘maná’ y que

era hora de partir. No entendí a qué se refería hasta que la vi levantarse y pronunciar palabras en un idioma desconocido para mí.»

«De repente, un círculo de luz apareció a su alrededor, brillando intensamente en el suelo de mi sala. Era como si un sol hubiera decidido nacer justo allí. Cecia me miró con gratitud y me agradeció por todo lo que había hecho por ella. Luego, con un destello cegador, desapareció, dejando atrás solo este anillo.» Thoran señaló el anillo que tenía incrustada una piedra de color azul que ahora Aster sostenía.

«Intenté ponérmelo, pero la energía que emanaba era demasiado a abrumadora para mí. Me desmayé y cuando desperté, el anillo estaba en el suelo, junto a mí. Desde entonces, he sentido que hay algo más en este mundo, algo que va más allá de nuestra comprensión ordinaria. Y cuando los vi a ustedes hoy, supe que esa misma energía estaba presente.»

Aster miró a Thoran con una mezcla de esperanza y escepticismo. “¿Cree que lo que le sucedió a Cecia podría ser una pista de lo que estamos buscando?”, preguntó, su voz reflejaba la urgencia de su búsqueda.

Thoran asintió lentamente, su mirada se tornó introspectiva. “Es posible”, dijo con cautela. “La energía que sentí esa noche, el poder que emanaba de Cecia… era algo que nunca había experimentado. Y cuando ustedes pasaron por mi lado caminando sentí una resonancia similar, aunque más tenue.”

Thoran indicó a Aster que probara a ponerse el anillo.

Con una mirada de determinación, Aster deslizó el anillo en su dedo. Un escalofrío recorrió su brazo y se extendió por todo su cuerpo. Era una sensación de despertar, como si cada célula de su ser reconociera la energía del anillo y la saludara como una vieja amiga.

“¿Sientes eso?”, preguntó Stella, su voz estaba teñida de asombro y preocupación.

Aster asintió, incapaz de encontrar las palabras adecuadas para describir la experiencia. “Es como si una parte de mí que estaba dormida de repente despertara”, logró decir finalmente.

Thoran observaba con una mezcla de emoción y satisfacción. “Esa energía que sientes es maná”, explicó. “Es la esencia de la magia, y parece que has encontrado la manera de conectar con ella.”

Thoran observó a Aster con una mezcla de curiosidad y emoción apenas contenida. “Esa energía que ahora fluye en ti, ¿puedes hacer algo con ella?”, preguntó, su voz temblaba ligeramente con la anticipación de lo desconocido. “¿Puedes, quizás, realizar magia?”

Aster miró el anillo en su dedo, sintiendo el maná pulsar como una corriente subterránea de poder. “No lo sé”, admitió, su frente se arrugó en concentración. “Nunca he intentado algo así. No sé ni por dónde empezar.”

“La magia”, explicó Thoran, “es como un río que fluye a través de nosotros. Algunos nacen sabiendo cómo navegar sus aguas, mientras que otros deben aprender a sentir su curso y dejarse llevar por su corriente.”

«Intenta manejarlo», sugirió Thoran.

“Siente el maná, no con tu mente, sino con tu ser. Es una parte de ti, una extensión de tu voluntad.”

Aster respiró hondo, tratando de conectar con la energía que Thoran describía. Por un momento, no pasó nada, y una sombra de duda cruzó su rostro. Pero entonces, una calidez comenzó a extenderse desde el anillo, subiendo por su brazo y llenando su pecho con una luz que no era visible, pero que se sentía tan real como el sol en su piel.

Stella observaba, su preocupación se transformó en asombro cuando vio a Aster transformarse ante sus ojos. No había fuegos artificiales ni espectáculos de luz; solo una nueva confianza y una sensación de propósito que parecía emanar de él.

“Creo que… creo que puedo sentirlo”, dijo Aster, su voz era un susurro de asombro. “Es como si todo mi cuerpo resonara».

Thoran asintió, satisfecho. “Eso es solo el comienzo. Con práctica y paciencia, aprenderás a moldear esa energía en magia.”

El día comenzó a ceder ante la noche, y la habitación se sumió en las sombras crecientes. Aster y Stella se dieron cuenta de que necesitarían un lugar para quedarse mientras exploraban las profundidades de sus nuevos dones.

“Aster”, dijo Stella, su voz interrumpiendo el silencio que se había asentado en la habitación, “necesitamos encontrar un lugar donde podamos quedarnos por un tiempo. Un lugar donde puedas practicar.”

Aster asintió y se volvió hacia Thoran. “¿Conoce algún lugar donde podamos quedarnos por unos días? Necesitamos un espacio para entender mejor estas habilidades y decidir hacia dónde vamos desde aquí.”

Thoran se paseó por la habitación, sus manos se entrelazaron detrás de su espalda mientras reflexionaba. “Tengo una habitación de invitados aquí mismo”, ofreció finalmente. “No es mucho, pero es segura y tranquila. Pueden quedarse el tiempo que necesiten para descubrir más sobre sus habilidades y planificar su viaje.”

“Gracias, Thoran”, respondió Aster con gratitud. “Eso sería de gran ayuda para nosotros.”

Con el asunto del alojamiento resuelto, Aster y Stella se sintieron un poco más anclados en la realidad de su situación. Tenían un lugar seguro donde quedarse por un tiempo, y sentían que estaban cada vez más cerca de las respuestas que estaban buscando.

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