El mundo se desvanecía en un torbellino de luz y sombras mientras el mago caía. Su último recuerdo antes de la oscuridad fue el rostro impasible del Dios más poderoso, una figura envuelta en un aura de poder absoluto. No hubo dolor, solo la sensación de ser arrastrado a través de un abismo sin fin.
Cuando abrió los ojos, el mago se encontraba en un lugar desconocido, un cuarto blanco con luces parpadeantes y un constante pitido que resonaba en sus oídos. Se sentía débil, confundido, y su mente estaba envuelta en niebla. No recordaba su nombre, su propósito, ni el vasto poder que una vez había comandado.
Intentó levantarse, pero su cuerpo no respondió. Miró hacia abajo y vio vendajes cubriendo su piel, signos de batallas pasadas que no podía recordar. A su lado, una máquina parpadeaba con números y líneas que subían y bajaban, como si estuvieran tratando de contarle una historia que él no podía entender.
«¿Dónde estoy?» murmuró, su voz apenas un susurro.
«Estás en el hospital,» respondió una voz suave. Una mujer con una bata blanca se acercó a él, su expresión era de preocupación. «Has estado inconsciente durante días. ¿Puedes decirme tu nombre?»
El mago intentó buscar en su memoria, pero solo encontró fragmentos de recuerdos, pedazos de un rompecabezas que no encajaban. «No lo sé,» admitió, sintiendo una oleada de pánico. «No recuerdo nada.»
La mujer le ofreció una sonrisa tranquilizadora. «Está bien, no te preocupes. Estás a salvo aquí. Vamos a ayudarte a recuperarte.»
Pero el mago sabía que algo estaba terriblemente mal.
Mientras la mujer se alejaba para atender a otro paciente, el mago cerró los ojos y trató de recordar. Nada sucedió. Solo había silencio y oscuridad, y luego, el suave sonido de la lluvia golpeando la ventana.
Los días en el hospital se sucedían con una lentitud exasperante. El mago pasaba las horas observando el mundo a través de la ventana. Las personas en la calle parecían tan seguras de su lugar en el mundo, tan llenas de propósito y dirección. ¿Había él sentido alguna vez esa certeza? ¿Había caminado alguna vez con tal convicción?
Una tarde, una niña pequeña entró en su habitación por error. Tenía los ojos llenos de curiosidad y una sonrisa que parecía iluminar la estancia. «Perdón,» dijo con voz cantarina, «me he perdido.»
El mago no pudo evitar sonreír, a pesar de su confusión. «No te preocupes, pequeña. Todos nos perdemos a veces,» respondió.
La niña se acercó a su cama y lo miró con atención. «¿Tú también estás perdido?» preguntó. «Sí,» admitió el mago, «pero estoy tratando de encontrarme.»
La niña asintió como si entendiera perfectamente. «Cuando me pierdo, mi mamá siempre dice que siga las estrellas. Ellas me llevarán a casa.»
Las palabras de la niña resonaron en el mago de una manera que no esperaba. Las estrellas. Había algo en las estrellas que le llamaba, un susurro de algo grande y lejano. «Gracias,» le dijo a la niña, «eso es un buen consejo.»
Después de que la niña se fue, el mago se quedó pensando en sus palabras. No tenía estrellas que seguir, no tenía un hogar al que volver. Pero la idea de las estrellas como guía le daba una sensación de esperanza. Quizás, en la vastedad del cielo nocturno, podría encontrar alguna pista sobre quién era.
Con cada día que pasaba, el mago se sentía más fuerte, más alerta. Empezó a caminar por los pasillos del hospital, a hablar con otros pacientes, a escuchar sus historias. Cada persona tenía un pasado, una historia que contar, y él… bueno, él tenía que construir la suya desde cero.
Una noche, mientras todos dormían, el mago se aventuró fuera del hospital. El aire fresco de la noche le golpeó el rostro, y alzó la vista hacia el cielo. Millones de estrellas parpadeaban sobre él, cada una un misterio, cada una una promesa. Se preguntó si alguna de esas luces distantes tenía la clave de su identidad.
«¿Quién soy?» susurró al viento, esperando que el universo le respondiera.
Pero no hubo respuesta, solo el silencio de la noche y el susurro de la ciudad a sus pies. El mago sabía que la búsqueda de su pasado no sería fácil, pero estaba para descubrir su verdad, sin importar a dónde lo llevara.
El mago supo que tenía que descubrir quién era, qué había sucedido, y cómo había llegado a este extraño lugar. Pero por ahora, todo lo que podía hacer era esperar y sanar.
Mago Astral Marcial – Capítulo 2 – Un Nuevo Nombre
Después de salir del hospital, el mago se encontró con la luz del amanecer. No tenía un lugar al que…